lunes, 3 de mayo de 2010

La función de los medios de comunicación

Los medios de comunicación social cumplen con diversas funciones, entre las cuales están el informar, educar y entretener. En nuestro país, no se ha dado una explotación de los medios de comunicación por diversas razones. Primero, que hay un monopolio, ya que la mayoría de canales de televisión como canales 3, 7, 11 y 13 pertenecen a la misma familia. Segundo, debido a que pertenecen a la misma familia, trabajan para el sistema político y económico del país, perdiendo la ética, y buscando sus propios intereses, y así, incumpliendo con las funciones como medio de comunicación. Esto nos recuerda una ley de la dialéctica, que es el principio de tercero excluido, es decir, que se es o no se es, pero no hay una tercera opción. En el ejemplo de los canales de televisión, podemos indicar entonces que se es un medio de comunicación si se cumple con las funciones que debe tener un medio de comunicación, y que si no se cumplen, por lo tanto, no es un medio de comunicación.

Y eso es lo que pasa con la mayoría de medios de comunicación, que no cumplen con su papel de formadores de educación, opinión, información y entretenimiento, la mayoría cumple únicamente la función de entretener, nada más. Y otros medios de comunicación, ya sea radio, televisión, prensa escrita, o internet, en nuestro país, lo que hacen es que buscan sus propios intereses económicos, sin importar su razón de ser.

Veamos, una de las funciones de los medios de comunicación: informar. Pero qué es informar, según varias definiciones, puede ser un sinónimo de comunicar, o bien, se define como dar a conocer noticias a quien no las conoce. Al hablar de informar, se da un pequeño problema con lo que significa opinión y la subjetividad. Los medios de comunicación también dan su opinión, lo cual los hace subjetivos, pero pareciera, que la mayoría de los medios se preocupe solo por dar su opinión, y no para informar. Por lo tanto, entra en debate la pregunta de que si los medios de comunicación deben informar o también dar su opinión. Muchas respuestas podemos obtener respecto a esto, lo cierto, es que su función es informar, y a la vez opinar de acuerdo al tema a comunicar.

De la misma manera, otra de las funciones, es la de educar. Toda educación se mueve en el binomio información-formación. La información nos proporciona los conocimientos necesarios para manejarnos en la sociedad y conseguir una capacitación profesional que permita el desarrollo personal en todas las áreas o ámbitos de nuestra vida. Por lo tanto, a través de los medios de comunicación recibimos información que sirve para formar valores, o antivalores, puntos de vista, opiniones y actitudes. De cierta forma, los medios de comunicación cumplen con esta función. Pero la mayor parte del tiempo lo hacen de manera negativa, ya que a través de nuestros canales de televisión guatemalteca, solo vemos telenovelas, noticias sobre muerte y violencia, los problemas de la realidad nacional, dibujos animados que muestran también violencia, escenas de pornografía en horario en que los niños ven televisión. Y así también en los periódicos, lo que escuchamos en la radio, y la mayoría de medios de comunicación masiva.

Y por último, mencionemos la función de entretener. Qué significa entretener, lo podemos definir como hacer pasar el tiempo agradable, y con el sinónimo de divertir. Es mucho más notoria esta función, ya que todos los medios de comunicación, en algún momento se dedican a entretener, a divertir a las masas a través de diversos programas o con interacciones con su público. De la misma manera, los medios de comunicación pueden entretener de manera positiva o negativa. Lamentablemente se hace de manera negativa la mayoría de las veces.

Pero no solo estas son las funciones de los medios de comunicación. A continuación, se describirán otras funciones con las que cumplen los medios de comunicación. Primero, la función de la persuasión. Los medios se usan para formar la opinión pública, influir en los votantes, cambiar actitudes y comportamientos, moderar la conducta, derrumbar mitos y más utilizados en vender productos. De todas las maneras posibles, los medios usan la persuasión como forma de influencia para determinar y llegar a sus propios fines u objetivos.

Servir al sistema económico, es otra de las funciones principales que tienen los medios de comunicación. En la mayoría de sociedades, sobretodo en las capitalistas, los medios están involucrados en el servicio al sistema económico, incluso a la economía de los medios mismos, debido a que la mayoría de ellos existe para obtener ganancias. Y lo hacen a través de la información sobre negocios, por medio de la cobertura informativa que dan a las tendencias económicas y políticas, de informar por ejemplo sobre los impuestos y sobre los productos. En otras palabras, la función publicitaria como servicio económico es lo más obvio, porque acercan entre sí tanto a vendedores como a compradores. Es por ello que los medios de comunicación contribuyen en gran medida a la propagación de la violencia, como forma de represión creando una cultura de temor o medio en las masas, y así servir al sistema económico y político de nuestro país. Es así como los medios pierden la ética y su objetividad, porque están por sobre todas las cosas, los propios intereses de los dueños de los medios, y por supuesto, del gobierno, ya que al final, el dueño del medio es quien decide qué cosas comunicar y qué no comunicar para no afectar al sistema económico al cual sirve.

Y la transmisión de la cultura, es el resultado de las otras funciones. Todas las anteriores funciones de los medios de comunicación nos llevan a un resultado, que es la función de la transmisión de la cultura. Es decir, que volvemos nuevamente a la función principal de los medios de comunicación: educar. Ya que las personas asimilan la información y aprenden con ella, aumentan sus conocimientos, cambian valores y su experiencia. Pero como ya dijimos, esa transmisión de la cultura puede influir de manera positiva, y también negativa.

En cierta manera, los medios de comunicación tienden a adoptar una postura relativista, porque esta postura filosófica indica que en respuesta a la posibilidad de conocimiento, restringe el criterio de verdad a factores externos en los individuos, es decir, factores históricos y culturales, por lo que comentábamos anteriormente, los medios de comunicación tienden a ocultar la realidad y el conocimiento, a través de crear una cultura de miedo dando información sobre violencia.

En fin, los medios de comunicación de nuestro país, están involucrados en el servicio al sistema económico y político, por lo que no cumplen del todo con sus funciones de comunicación como tal. Es tiempo, que se exponga esta problemática, y que nazcan comunicadores con sentido social, que muestren la realidad a la sociedad guatemalteca como es, sin servir a un fin económico o político, sino que se haga con transparencia, ética y profesionalismo, sin ocultar la verdad, demostrando la realidad tal y como es, de lo contrario, se seguirá restringiendo el conocimiento de la realidad cada vez más, a tal punto de acostumbrar a la sociedad a una realidad muy limitada y vacía.

domingo, 20 de abril de 2008

Conferencia y Presentación del libro "El espejo irreverente" de Raúl de La Horra

Conferencia y Presentación de libro “El espejo irreverente” de Raúl de La Horra
En todo el mundo el periodismo es una forma de comunicación y una profesión un tanto difícil. Quien la ejerce debe tener verdadera pasión por su profesión para lograr sobresalir sobre quienes también tiene la profesión pero solo sin saber verdaderamente por qué la practican. De esta manera podemos decir que hay pocos periodistas que realmente ejercen su profesión, y un gran ejemplo de ello es Raúl de La Horra, quien es columnista de El Periódico.
La literatura es como algunos escritores lo dicen, un juego de palabras; sin duda, como todo juego, tiene reglas y técnicas para llevarlo a cabo. De La Horra en sus columnas que se han publicado, muestra claramente ese juego tan interesante de palabras, que por supuesto, no es fácil pero con la práctica se puede llegar elaborar grandes escritos, tales como el nuevo libro de Raúl de La Horra “El espejo irreverente”.
En sus columnas, Raúl de La Horra habla acerca de la fornicación de una manera distinta a la que usualmente su usa, ya que desde el punto de vista religioso se ve como una cuestión negativa, debido a que se le conoce como el tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Pero de La Horra, describe que debemos “fornicar con la vida” o “hacerle el amor a la vida”. Estas son dos frases que llamarán mucho la atención para quienes se inicien en la lectura de sus columnas en El Periódico o en sus libros.
Otro aspecto muy importante es el uso de la palabra follar, que particularmente se refiere al acto sexual, mientras que de La Horra, lo ve desde otra perspectiva utilizando los términos follarismos, de lo cual podemos deducir que de La Horra conoce muy bien el juego que se puede hacer con el uso de las palabras dentro de la literatura. Es inusual escuchar palabras como ésta, o si se usan, solo es para referirse únicamente a su significado, pero en el caso de Raúl de La Horra, utiliza este tipo de palabras para atraer la atención de sus lectores.
Raúl de La Horra es un ejemplo para todos los periodistas, debido a que es así como se debe tomar esta profesión, es decir, no verlo como una profesión, sino como algo que nos guste, en lo cual tengamos pasión al llevar a cabo nuestra carrera de periodismo. Como se comentó en la conferencia, en el estudio de esta profesión, no es solo tarea de los profesores formar los valores o la pasión que se necesita tener para ser periodista, sino que debe ser en el estudiante tanto de periodismo como de cualquier otra profesión, el tener la preocupación de no conformarse solo con lo que los profesores dicen o enseñan, sino investigar, buscar, informarse y educarse a través de los medios que tenemos para enriquecer y darle más valor a nuestra carrera.

martes, 1 de abril de 2008

Examen parcial, análisis semiótico de El Eclipse

1. ARGUMENTO
En esta historia, el personaje principal es Fray Bartólome Arrazola quien se encuentra desde hace tres años en las selvas de Guatemala, en los cuales aprendió diversas cosas de los mayas. En una ocasión, estaba angustiado ya que recordaba lo lejos que estaba de España, y durmió con esa angustia. Al despertar estaba rodeado un grupo numeroso de índigenas, quienes estaban listos y dispuestos a sacrificarlo en un altar, al verse en esa situación, Arrazola se inspiró en Aristoteles y a propósito de que había eclipse sin saber que ellos ya conocían los eclipses, les dijo que si lo mataban el haría que el sol escureciera. Despues de dos horas de haberse reunido los indígenas, el corazón de Arrazola se encontraba chorriendo sangre.

2. CONFLICTO
Que los indígenas ya sabían que ese día habría un eclipse y por supuesto, sabían que era un eclipse.

3. SECUENCIAS
Situación inicial: Fray Bartolomé Arrazola esta vivo.
Proceso: Los indígenas se proponen sacrificar a Arrazola en un altar, por lo que a Arrazola se le ocurre indicar que puede hacer que oscurezca el sol si lo matan.
Situación final: los indígenas ya conocen y saben que es un eclipse y deciden sacrificarlo, por lo que Arrazola muere.

4. OPOSICIONES
Fray Bartolomé Arrazola al inicio esta vivo y al final esta muerto.
Fray Bartolomé Arrazola y el grupo de indígenas que lo quieren matar.
El argumento que utiliza Arrazola para engañar a los indígenas y el conocimiento que ya tenían los indígenas sobre los eclipses.

5. ESPACIOS
Las selvas poderosas de Guatemala, que bien podría referirse a Petén.
El altar en el que lo sacrifican.
El convento Los Abrojos que esta en España.

6. TIEMPOS
La historia inicia en el pasado y luego termina en el presente.

7. PROPUESTA IDEOLÓGICA
El mensaje ideológico que plantea es de autoritarismo y represivo, ya que los indígenas imponían sus reglas basados en sus creencias y costumbres, mientras que Fray Bartolomé era ajeno a ese lugar. A la vez es democrático, ya que los indígenas por ser mayoría decidieron matarlo, mientras que Fray Bartolomé no podía hacer nada el solo para aceptar la decisión de la mayoría.

domingo, 30 de marzo de 2008

Casa tomada
Julio Cortázar
Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y como nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejo casarnos. Irene rechazo dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.
Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No se porque tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mi, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.
Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble como se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tire contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. -¿Estás seguro? Asentí. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mi me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
-No está aquí.
Y era una cosa mas de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerza, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.
Irene estaba contenta porque le quedaba mas tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papa, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:
-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?
Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.
(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos mas alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)
Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamo la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.
No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían mas fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.
-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.
-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente. -No, nada.
Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.


ANÁLISIS SEMIÓTICO
1. Argumento:
El cuento La Casa Tomada de Julio Cortázar trata sobre la historia de dos primos que viven solos en una casa que les fue dada como herencia por su familia. Estos dos primos llegaron a quedarse solos y solteros, por tal motivo deciden vivir juntos y compartir la espaciosa casa que ahora es suya. Irene era una persona que se dedicaba junto a su primo a limpiar la casa todos los días, preparar el alimento diario y asimismo también tejía. Mientras que su primo era fanático de la literatura sobretodo francesa, y también ayudaba a cuidar que la casa estuviera limpia. Como la casa era muy grande y espaciosa para solo ellos dos, había una parte de ésta que no usaban. Tal fue para ellos sorpresa, que un día esa parte que no usaban de la casa fue tomada por otras personas, debido a que esa parte parecía sin dueño. Vivieron así por un tiempo, pero luego, mayor fue la sorpresa que se llevaron al notar que habían invadido la que era su casa, consecuencia que al final los llevo a quedarse sin casa.
2. Conflicto:
El hecho de que otras personas tomen poco a poco la casa que no les pertenece.
3. Secuencias:
Situación inicial: Los primos tienen una casa muy espaciosa en donde viven tranquilamente solos.
Proceso: Mientras los primos continuan en su diario y rutinario vivir, otras personas se apoderan poco a poco, prmero por partes y luego absolutamente de toda la casa que les pertenece a los primos.
Situación final: Los primos se ven obligados a abandonar su casa, ya que ésta fue tomada por otras personas.
4. Oposiciones:
Situación inicial: buena, ya que Irene y su primo tiene una casa en donde vivir.
Situación final: mala, ya que los primos se quedan sin un lugar en dónde vivir.
Los primos y quienes tomaron la casa.
Irene es mujer y su primo es hombre.
Los primos y la casa
La casa y quienes tomaron la casa.
Justicia e injusticia
5. Espacios:
Toda la historia se desenvuelve en la casa que es tomada, que inicialmente les pertenece a los primos y luego es tomada por otras personas desconocidas. El narrador describe la casa como un lugar muy espacioso como para más de 8 personas, y que es ocupada solo por dos personas. Describe que la casa tiene dos dormitorios, la cocina, el living, el patio, y por supuesto el baño, además del sótano.
6. Tiempos:
El cuento comienza a ser narrado por el pasado, ya que el narrador esta en tiempo presente pero vuelve al pasado para contar la historia. Luego llega el futuro, ya que el narrador y su prima Irene nunca imaginaron ni sabían o quizás ignoraban que la casa que era de ellos sería tomada de una manera brusca por otros desconocidos, y luego llega al presente, ya que el narrador sigue contanto todo lo que les sucede actualmente ya que abandonan la casa.
7. Mensaje ideológico:
En la historia se habla del valor de la justicia aunque no es defendido, ya que la casa es tomada de manera injusta por otras personas desconocidas. Aunque en la historia nunca se habla de los derechos que tienen los dueños de la casa, por tal motivo podemos decir que la historia maneja un tipo de represión y anarquismo. Y esto porque nunca se llegó a un acuerdo con los dueños de la casa para poder tomar parte y totalidad de ésta. También podemos notar que trata de mostrarnos un sistema antidemocrático y/o liderazgo autoritario, ya que sin preguntar ni saber si los dueños de la casa estan de acuerdo, se impone la autoridad de quienes toman la casa, muy parecido a lo que sucedió en nuestro país durante la época del Conflicto armado interno, ya que todo el conflicto de aquella época fue la tenencia y pertenencia de tierras a tal punto de llegar a matar a los verdaderos dueños de la tierra.

miércoles, 12 de marzo de 2008

Conducta en los velorios

Conducta en los velorios
Julio Cortázar

No vamos por el anís, ni porque hay que ir. Ya se habrá sospechado: vamos porque no podemos soportar las formas más solapadas de la hipocresía. Mi prima segunda, la mayor, se encarga de cerciorarse de la índole del duelo, y si es de verdad, si se llora porque llorar es lo único que les queda a esos hombres y a esas mujeres entre el olor a nardos y a café, entonces nos quedamos en casa y los acompañamos desde lejos. A lo sumo mi madre va un rato y saluda en nombre de la familia; no nos gusta interponer insolentemente nuestra vida ajena a ese diálogo con la sombra. Pero si de la pausada investigación de mi prima surge la sospecha de que en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo, entonces la familia se pone sus mejores trajes, espera a que el velorio esté a punto, y se va presentando de a poco pero implacablemente.
En Pacífico las cosas ocurren casi siempre en un patio con macetas y música de radio. Para estas ocasiones los vecinos condescienden a apagar las radios, y quedan solamente los jazmines y los parientes, alternándose contra las paredes. Llegamos de a uno o de a dos, saludamos a los deudos, a quienes se reconoce fácilmente porque lloran apenas ven entrar a alguien, y vamos a inclinarnos ante el difunto, escoltados por algún pariente cercano. Una o dos horas después toda la familia está en la casa mortuoria, pero aunque los vecinos nos conocen bien, procedemos como si cada uno hubiera venido por su cuenta y apenas hablamos entre nosotros. Un método preciso ordena nuestros actos, escoge los interlocutores con quienes se departe en la cocina, bajo el naranjo, en los dormitorios, en el zaguán, y de cuando en cuando se sale a fumar al patio o a la calle, o se da una vuelta a la manzana para ventilar opiniones políticas y deportivas. No nos lleva demasiado tiempo sondear los sentimientos de los deudos más inmediatos, los vasitos de caña, el mate dulce y los Particulares livianos son el puente confidencial; antes de media noche estamos seguros, podemos actuar sin remordimientos. Por lo común mi hermana la menor se encarga de la primera escaramuza; diestramente ubicada a los pies del ataúd, se tapa los ojos con un pañuelo violeta y empieza a llorar, primero en silencio, empapando el pañuelo a un punto increíble, después con hipos y jadeos, y finalmente le acomete un ataque terrible de llanto que obliga a las vecinas a llevarla a la cama preparada para esas emergencias, darle a oler agua de azahar y consolarla, mientras otras vecinas se ocupan de los parientes cercanos bruscamente contagiados por la crisis. Durante un rato hay un amontonamiento de gente en la puerta de la capilla ardiente, preguntas y noticias en voz baja, encogimientos de hombros por parte de los vecinos. Agotados por un esfuerzo en que han debido emplearse a fondo, los deudos amenguan en sus manifestaciones, y en ese mismo momento mis tres primas segundas se largan a llorar sin afectación, sin gritos, pero tan conmovedoramente que los parientes y vecinos sienten la emulación, comprenden que no es posible quedarse así descansando mientras extraños de la otra cuadra se afligen de tal manera, y otra vez se suman a la deploración general, otra vez hay que hacer sitio en las camas, apantallar a señoras ancianas, aflojar el cinturón a viejitos convulsionados. Mis hermanos y yo esperamos por lo regular este momento para entrar en la sala mortuoria y ubicarnos junto al ataúd. Por extraño que parezca estamos realmente afligidos, jamás podemos oír llorar a nuestras hermanas sin que una congoja infinita nos llene el pecho y nos recuerde cosas de la infancia, unos campos cerca de Villa Albertina, un tranvía que chirriaba al tomar la curva en la calle General Rodríguez, en Bánfield, cosas así, siempre tan tristes. Nos basta ver las manos cruzadas del difunto para que el llanto nos arrase de golpe, nos obligue a taparnos la cara avergonzados, y somos cinco hombres que lloran de verdad en el velorio, mientras los deudos juntan desesperadamente el aliento para igualarnos, sintiendo que cueste lo que cueste deben demostrar que el velorio es el de ellos, que solamente ellos tienen derecho a llorar así en esa casa. Pero son pocos, y mienten (eso lo sabemos por mi prima segunda la mayor, y nos da fuerzas). En vano acumulan los hipos y los desmayos, inútilmente los vecinos más solidarios los apoyan con sus consuelos y sus reflexiones, llevándolos y trayéndolos para que descansen y se reincorporen a la lucha. Mis padres y mi tío el mayor nos reemplazan ahora, hay algo que impone respeto en el dolor de estos ancianos que han venido desde la calle Humboldt, cinco cuadras contando desde la esquina, para velar al finado. Los vecinos más coherentes empiezan a perder pie, dejan caer a los deudos, se van a la cocina a beber grapa y a comentar; algunos parientes, extenuados por una hora y media de llanto sostenido, duermen estertorosamente. Nosotros nos relevamos en orden, aunque sin dar la impresión de nada preparado; antes de las seis de la mañana somos los dueños indiscutidos del velorio, la mayoría de los vecinos se han ido a dormir a sus casas, los parientes yacen en diferentes posturas y grados de abotagamiento, el alba nace en el patio. A esa hora mis tías organizan enérgicos refrigerios en la cocina, bebemos café hirviendo, nos miramos brillantemente al cruzarnos en el zaguán o los dormitorios; tenemos algo de hormigas yendo y viniendo, frotándose las antenas al pasar. Cuando llega el coche fúnebre las disposiciones están tomadas, mis hermanas llevan a los parientes a despedirse del finado antes del cierre del ataúd, los sostienen y confortan mientras mis primas y mis hermanos se van adelantando hasta desalojarlos, abreviar el último adiós y quedarse solos junto al muerto. Rendidos, extraviados, comprendiendo vagamente pero incapaces de reaccionar, los deudos se dejan llevar y traer, beben cualquier cosa que se les acerca a los labios, y responden con vagas protestas inconsistentes a las cariñosas solicitudes de mis primas y mis hermanas. Cuando es hora de partir y la casa está llena de parientes y amigos, una organización invisible pero sin brechas decide cada movimiento, el director de la funeraria acata las órdenes de mi padre, la remoción del ataúd se hace de acuerdo con las indicaciones de mi tío el mayor. Alguna que otra vez los parientes llegados a último momento adelantan una reivindicación destemplada; los vecinos, convencidos ya de que todo es como debe ser, los miran escandalizados y los obligan a callarse. En el coche de duelo se instalan mis padres y mis tíos, mis hermanos suben al segundo, y mis primas condescienden a aceptar a alguno de los deudos en el tercero, donde se ubican envueltas en grandes pañoletas negras y moradas. El resto sube donde puede, y hay parientes que se ven precisados a llamar un taxi. Y si algunos, refrescados por el aire matinal y el largo trayecto, traman una reconquista en la necrópolis, amargo es su desengaño. Apenas llega el cajón al peristilo, mis hermanos rodean al orador designado por la familia o los amigos del difunto, y fácilmente reconocible por su cara de circunstancias y el rollito que le abulta el bolsillo del saco. Estrechándole las manos, le empapan las solapas con sus lágrimas, lo palmean con un blando sonido de tapioca, y el orador no puede impedir que mi tío el menor suba a la tribuna y abra los discursos con una oración que es siempre un modelo de verdad y discreción. Dura tres minutos, se refiere exclusivamente al difunto, acota sus virtudes y da cuenta de sus defectos, sin quitar humanidad a nada de lo que dice; está profundamente emocionado, y a veces le cuesta terminar. Apenas ha bajado, mi hermano el mayor ocupa la tribuna y se encarga del panegírico en nombre del vecindario, mientras el vecino designado a tal efecto trata de abrirse paso entre mis primas y hermanas que lloran colgadas de su chaleco. Un gesto afable pero imperioso de mi padre moviliza al personal de la funeraria; dulcemente empieza a rodar el catafalco, y los oradores oficiales se quedan al pie de la tribuna, mirándose y estrujando los discursos en sus manos húmedas. Por lo regular no nos molestamos en acompañar al difunto hasta la bóveda o sepultura, sino que damos media vuelta y salimos todos juntos, comentando las incidencias del velorio. Desde lejos vemos cómo los parientes corren desesperadamente para agarrar alguno de los cordones del ataúd y se pelean con los vecinos que entre tanto se han posesionado de los cordones y prefieren llevarlos ellos a que los lleven los parientes.
FIN
COMENTARIO
Este cuento describe como son los velorios en la mayoría de vecindarios, ya que siempre hay una familia cercana a la del difunto que se conduele y les brinda su apoyo, o al menos eso parece. Este cuento, nos hace pensar cuál es la verdadera conducta que se debe tener en los velorios, ya que quizás en muchas ocasiones no se sabe como actuar antes tales situaciones, sobretodo cuando ni siquiera se conoció al difunto.
En este tipo de situaciones, podemos ver que todas las personas actúan de manera diferente a tal punto de caer en lo ridículo y la hipocresía. Y esto porque no faltan las personas que lloran y dicen en tales momentos querer al difunto cuando quizás nunca le hablaron, no lo conocían, o hasta eran enemigos de éste. Lo importante en este tipo de actividades cotidianas debe ser mostrarse uno mismo, y únicamente mostrar apoyo hacia los familiares acompañándolos en ese dolor.
En algunas ocasiones, es preferible no asistir a un velorio, ya que en lugar de ser apoyo en ese momento, se es un estorbo o un problema agregado al duelo.

jueves, 6 de marzo de 2008

A la izquierda del roble








A LA IZQUIERDA DEL ROBLE

MARIO BENEDETI


No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
en el que uno puede sentirse árbol o prójimo
siempre y cuando se cumpla un requisito previo.
Que la ciudad exista tranquilamente lejos.
El secreto es apoyarse digamos en un tronco
y oír a través del aire que admite ruidos muertos
cómo en Millán y Reyes galopan los tranvías
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico siempre ha tenido
una agradable propensión a los sueños
a que los insectos suban por las piernas
y la melancolía baje por los brazos
hasta que uno cierra los puños y la atrapa.
Después de todo el sercreto es mirar hacia arriba
y ver cómo las nubes se disputan las copas
y ver cómo los nidos se disputan los pájaros.

No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
ah pero las parejas que huyen al Botánico
ya desciendan de un taxi o bajen de una nube
hablan por lo común de temas importantes
y se miran fanáticamente a los ojos
como si el amor fuera un brevísimo túnel
y ellos se contemplaran por dentro de ese amor.
Aquellos dos por ejemplo a la izquierda del roble
(también podría llamarlo almendro o araucaria
gracias a mis lagunas sobre Pan y Linneo)
hablan y por lo visto las palabras
se quedan conmovidas a mirarlos
ya que a mí no me llegan ni siquiera los ecos.



No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero es lindísimo imaginar qué dicen
sobre todo si él muerde una ramita
y ella deja un zapato sobre el césped
sobre todo si él tiene los huesos tristes
y ella quiere sonreír pero no puede.
Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico
ayer llegó el otoño
el sol de otoño
y me sentí feliz
como hace mucho
qué linda estás
te quiero
en mi sueño
de noche
se escuchan las bocinas
el viento sobre el mar
y sin embargo aquello
también es el silencio
mirame así
te quiero
yo trabajo con ganas
hago números
fichas
discuto con cretinos
me distraigo y blasfemo
dame tu mano
ahora
ya lo sabés
te quiero
pienso a veces en Dios
bueno no tantas veces
no me gusta robar
su tiempo
y además está lejos
y vos estás a mi lado
ahora mismo estoy triste
estoy triste y te quiero
ya pasarán las horas
la calle como un río
los árboles que ayudan
el cielo
los amigos
y qué suerte
te quiero
hace mucho era niño
hace mucho y qué importa
el azar era simple
como entras en tus ojos
dejame entrar
te quiero
menos mal que te quiero.


No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero puede ocurrir que de pronto uno advierta
que en realidad se trata de algo más desolado
uno de esos amores de tántalo y azar
que Dios no admite porque tiene celos.
Fíjense que él acusa con ternura
y ella se apoya contra la corteza
fíjense que él va tildando recuerdos
y ella se consterna misteriosamente.


Para mí que el muchacho está diciendo
lo que se dice a veces en el Jardín Botánico
vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
sólo de a ratos parecía
que iba a vivir
que iba a vencernos
pero los dos fuimos tan fuertes
que lo dejamos sin su sangre
sin su futuro
sin su cielo
un niño muerto
sólo eso
maravilloso y condenado
quizá tuviera una sonrisa
como la tuya
dulce y honda
quizá tuviera un alma triste
como mi alma
poca cosa
quizá aprendiera con el tiempo
a desplegarse
a usar el mundo
pero los niños que así vienen
muertos de amor
muertos de miedo
tienen tan grande el corazón
que se destruyen sin saberlo
vos lo dijiste
nuestro amor
fue desde siempre un niño muerto
y qué verdad dura y sin sombra
qué verdad fácil y que pena
yo imaginaba que era un niño
y era tan sólo un niño muerto
ahora qué queda
sólo queda
medir la fe y que recordemos
lo que pudimos haber sido
para él
que no pudo ser nuestro
qué más
acaso cuando llegue
un veintitrés de abril y abismo
vos donde estés
llevale flores
que yo también iré contigo.



No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico es un parque dormido
que sólo se despierta con la lluvia.
Ahora la última nube ha resuelto quedarse
y nos está mojando como a alegres mendigos.
El secreto está en correr con precauciones
a fin de no matar ningún escarabajo
y no pisar los hongos que aprovechan
para nacer desesperadamente.
Sin prevenciones me doy vuelta y siguen
aquellos dos a la izquierda del roble
eternos y escondidos en la lluvia
diciéndose quién sabe qué silencios.
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero cuando la lluvia cae sobre el Botánico
aquí se quedan sólo los fantasmas.
Ustedes pueden irse.
Yo me quedo.